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Hambre de tierras - alimentos y agricultura en la era de la nueva

03 Mar 2020

Paolo De Castro, gran agrarista italiano, gran político en su país (fue ministro de Agricultura) y en Europa (actual eurodiputado y presidente de la Comisión de Agricultura del Europarlamento) ha escrito un nuevo libro. No es el primero. Hace un par de años nos ilustraba con “La agricultura europea” (Donzelli Editore. 2010), y seguro que no será el último. Pero este está lleno de actualidad, vive el momento presente y de ahí que el título sea, nada menos, que “Hambre de tierras”. Hubiera podido titularlo como “Hambre de alimentos”, pero ha preferido llevar la premisa mayor -los alimentos- a la conclusión: faltan tierras y hay hambre, sí, pero de tierras. Todo el libro está lleno de este nuevo enfoque que hay que elogiar.

Ni que decir tiene que el libro parte de un marco general definido por la existencia de 7.000 millones de personas hoy en el mundo y se esperan 9.000 millones en 2050. El índice de crecimiento de la producción agrícola está cayendo en el mundo, según la FAO. Se incrementó un 2,3% a partir de los años sesenta, pero se reducirá al 1,5% de ahora a 2030 y al 0,9% entre 2030 y 2050.

Hay una demanda creciente de alimentos fruto del crecimiento en población y en renta disponible de los países emergentes, así como del cambio de dieta hacia el modelo occidental fruto de la progresiva urbanización de tales países.

Para alimentar a esa población mundial necesitaremos producir un 70% más de alimentos a nivel global y el 100% más en los países en vías de desarrollo. Hoy la producción agrícola no sigue el paso de la demanda. Estamos ante la era de la nueva escasez.

Por otra parte, el incremento de precios de los alimentos en 2007/08 y 2010/11 ha llevado a la seguridad alimentaria a las agendas políticas. La alta volatilidad de los precios básicos es hoy una constante. Ha venido de la mando de esas demandas, de los nuevos usos en biocombustibles de tales commodities y de la irrupción, con enorme fuerza, de los mercados financieros, vía futuros y derivados, en los mercados internacionales de materias primas alimentarias. Y esa alta volatilidad ha venido, a mi juicio, para quedarse.

La conclusión es obvia: necesitamos más tierras cuando las hectáreas per cápita disminuyen; más agua para la agricultura cuando los metros cúbicos per cápita se reducen y precisamos de más OGMs y más y mejor sanidad vegetal, o como ahora se va extendiendo, más “medicina vegetal”.

En ese contexto, la nueva PAC, la que hoy se prepara para los años que sigan a 2013, adquiere un signo diferente. Deberá responder a las preocupaciones de los ciudadanos: impacto medioambiental, abastecimiento alimentario estable, de calidad y a precios razonables. La nueva política agraria de EE.UU. también. La seguridad alimentaria mundial debería ser un eje de la política de seguridad mundial. La primavera árabe tiene mucho que ver con estas crisis alimentarias. Y es un aviso para navegantes.

Es por ello, porque la disponibilidad de recursos naturales es limitada, que la escasez de tierras conduce a la compra por parte de los Estados fuera de sus fronteras (land grabbing). Las compras de China en África son quizás las más paradigmáticas. También se origina un factor especulativo por parte de las empresas privadas.

De ahí el Plan de Acción del G20 para hacer frente a la volatilidad de los precios y para sostener la agricultura, primer paso para un proyecto de compromiso coordinado a nivel internacional con dos líneas de actuación: la eficiencia técnica, sobre las actividades de investigación y de transferencia de tecnología –el compromiso público en investigación e innovación ha bajado a ritmos preocupantes en los últimos años– y la revisión de las políticas nacionales y supranacionales que rigen los intercambios comerciales y la seguridad alimentaria.

Hay que producir más –concluye Paolo De Castro–, contaminando menos y sin utilizar nuevas superficies. Encontrar soluciones que permitan hacer frente al problema de la volatilidad de los mercados, a la vulnerabilidad alimentaria que esto conlleva y a su impacto sobre el tejido productivo agrario. De ahí que formule algunas propuestas:
-Reforma de las reglas del comercio internacional sobre las prácticas que limitan las exportaciones.
-Construcción de un sistema informativo que corrija la falta de datos fehacientes sobre producción, demanda, reservas y volúmenes disponibles para la exportación.
-Transparencia frente al papel de la especulación financiera.
-La creación de un sistema internacional de reservas de emergencia, organizados a nivel macro-territoriales.
-Hacer que los incentivos a los biocarburantes sean más eficientes.
-Empezar a llevar a cabo un enfoque global y coordinado de los subsidios alimentarios con fines sociales.
-El papel de los instrumentos de gestión del riesgo para garantizar la sostenibilidad de la agricultura.

Es este un libro no solo para leer, sino para subrayar. Para marcar, para meditar sobre sus ideas y su contenido.
Lo merece. Y estoy seguro que será muy apreciado.

Madrid, marzo de 2012.

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